Hola a todossss!!!! J
El post de hoy va dedicado a mi segunda cámara
compacta-digital, mi Olympus de 7´1 píxeles (ya vamos mejorando de calidad
jaja). Esta fiel compañera de tamaño aún mas pequeña que mi Werlisa me ha
acompañado a lugares como Toledo, Soria, Málaga, Mérida e incluso a la
universidad, si si, como leéis, en Madrid no suele nevar nunca, pero un día de
Enero del año 2010 la ciudad se despertó con un espeso manto blanco. Eran las
6:30 de la mañana, y me tocaba ir a clase, ufffff que frío decía yo mientras me
subía la manta hasta taparme la cabeza remoloneando unos segundos más. Mi
sorpresa fue que al mirar por la ventana descubrí la sorpresa ¡¡nieve! Gritaba por mi casa como una loca y
con una alegría fuera de lo normal. Lo primero en lo que pensé fue en llevarme
la cámara, incluso antes que mis apuntes. Salí antes de casa con la intención
de hacer fotografías de camino a la universidad, pero mi sorpresa fue que aún
era de noche a las 8 de la mañana y pisé un agujero, caí rodando y la cámara voló
por los aires. “Resistente al agua” se podía leer en una de sus pegatinas,
aunque nunca estuve segura de eso hasta ese día en el que la desenterré de la
nieve y pude ver que funcionaba a la perfección. Fue un espectáculo entrar en
clase empapada debido a mi caída y quitarme las zapatillas y calcetines y
ponerlos encima del radiador para que se secaran y dar la clase descalza, pero
yo soy así, un show en mi misma jaja.
En uno de mis viajes a Málaga, pude realizar una de las
fotografías más bonitas que he hecho con ésta minúscula cámara, la de un
atardecer desde el mirador del castillo de ésta preciosa ciudad. Tras visitar
la hermosa y mágica Alcazaba tocaba subir hasta el castillo andando para poder
vivir el atardecer, ese que los lugareños halagan y alaban. El sol corría en
demasía para mi ritmo de subida, fatigada corría pendiente arriba para poder
llegar a tiempo para observar las vistas bañadas por la luz rosácea o violácea
del atardecer en la costa. Ya en el mirador fatigada, sudada y con mi cámara en
mano pude disfrutar de uno de los momentos mas maravillosos que he vivido en
Málaga; el sol se iba despidiendo del cielo en su caminar mientras que la
calima obraba el milagro de crear esos tonos violáceos en el cielo que se
reflejaban en el calmada agua del puerto, un momento efímero, pero que pude
inmortalizar con mi sencilla cámara a la par que los latidos de mi corazón se
iban acompasando a un ritmo más normal. Miraba a la gente a mi alrededor,
parejas besándose con ternura, con amor, otros con pasión, niños encaramados al
poyete para poder ver mejor las vistas mientras sus padres se abrazaban
recordando tal vez sus años de noviazgo, o alguna promesa de amor, y otros como
yo que disfrutaban simplemente del momento, de los regalos que nos da la
naturaleza y del simple hecho de poder vivir y disfrutar de estos estados de
paz y deleite que tanto necesitamos.
Para terminar hablaros de una tercera fotografía realizada
con esta cámara, esta vez en Soria, en el Cañón de Río Lobos, hermoso paraje
natural. Decidí apuntarme a una excursión de senderismo en grupo, pese a que me
gusta más ir independientemente a éstos lugares sin depender de seguir a nadie
y poder pararme cuando me apetezca para poder hacer fotografías. La ruta
constaba de unos 13 km por la parte baja del cañón, por la que
discurría un pequeño río que en épocas de deshielo sería de un caudal de
bastante envergadura. Era pleno otoño y esto daba mucho juego y facilitaba
enormemente el resultado de mis fotografías. Según avanzaba en la senda, el
frío comenzaba a hacer mella en mi cuerpo, el viento helado azotaba mi pelo
dejándome ciega por instantes, por lo que opté por ponerme el gorro.
Solucionado el problema del frío y la visión, comencé a detenerme para ir
realizando algunas fotografías, pese a que luego me tocara correr para alcanzar
al grupo. El lugar hacía que no pudiera parar de mirar a ambos lados, paredes
rocosas me acogían mientras que el sonido del murmuro del agua hacía que mis
sentidos se relajaran, que me trasladaran a un mundo bucólico, en el que las
hojas se desprendían de sus ramas para emprender el efímero viaje de la
libertad hasta posarse en una espesa manta de césped o acariciar la suavidad
del agua helada del famoso río. El trinar de los pájaros era contrarrestado con
el batir de las alas de los buitres leonados que se encaramaban en los
recovecos de esas enormes paredes del cañón.
En más de una ocasión perdí de vista mi grupo por deleitarme
tanto con la visión que se me presentaba ante mis ojos, pero pude realizar los 13 km a la perfección y
llevarme de recuerdo la experiencia y las fotografías más bonitas que haya
realizado nunca de un otoño en plena naturaleza. Espero que os gusten tanto
como a mi me gustó realizarlas.